miércoles, 28 de octubre de 2009

El silencio total la acompañó invadiendo todos sus sentidos.


Recordó cada uno de los instantes que sucedieron en la escena.
Esa mirada rara pero conocida.
Esos ojos que dicen hasta lo justo.
Ellos se miraron y sin decir ninguna frase conocida, se despidieron.
Ella quería irse y al mismo tiempo quedarse. El miedo y la incertidumbre. El no entender el porqué de muchas cosas.

El silencio total la acompañó invadiendo todos sus sentidos. Ella no entendía esa ausencia de sonidos. Y aún así, si ubiese querido cuestionárselo no podía. Porque ese vacío derrepente la aturdió paralizando cualquier cuestionamiento.
No lograba oír a lo lejos los autos pasar, ni el movimiento lento y pausado de los comerciantes madrugadores. Menos aún si quiera el canillita que con un gesto amable, le ofreció la publicación de ese día con entusiasmo.
Apenas y de a poco comenzó a reconocer un sonido seco y persistente, como las agujas de un reloj. Eran sus propios pasos en las veredas despejadas de esa mañana.
Sorpresivamente se apoderó de ella una sensación indescriptinble de libertad absoluta.
Nada, ni nadie podía detenerla, salvo ella misma.

Y entonces, por un momento, freno su paso acelerado y quiso volver el tiepo atrás, apenas unos minutos.
Porque ahora si entendía ese silencio...o al menos comprendió porque la abrumaba.
Silencio que no fue silencio. Porque aunque las palabras a veces no sonaron en el aire, sí sonaron por dentro.


Por Frida Emma.

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